24/4/11

El destino de Imre Kertész

Imre Kertész pasó por delante de la cámara de gas, vio allí su destino que ya no vería.

Después se hizo cargo de su cuerpo en los campos de concentración y aprendió de una larga herida en la pierna. Se tropezó a plazos con su vida, la encontró cada vez junto a algo distinto, cada vez en un campo distinto.

Ante él su destino reculaba como la cámara de gas, ante él su vida reculaba como la cámara de gas, no la atrapaba, y eso que todo entraba en el hueco de su rodilla y en las marcas de su cuerpo.

Su destino es más fuerte que él y su vida un hueco contiguo a su corazón, pero él se perderá en los destinos errantes de los que perdieron la vida en las cámaras de gas. Su vida se alojará en el hueco contiguo a su corazón, la atropellará y no la verá. Será el camino de regreso de un amigo muerto o un mapa dejado por sus torturadores en el Holocausto. No hallarás tu destino, Imre Kertész, no busques en más sitios, tu billete está bajo tu lengua y tu cuerda en tu omóplato, no busques más.

No hallarás tu destino en el camino a Haifa, que la ironía te prive de plantear acertijos al diablo, de decir una frase que ha de volver a ti como una serpiente escurridiza.

Traducción de Luz Gómez García

8/4/11

El museo judío

Los recuerdos están expuestos en las troneras de cristal, liberados de la crueldad, el duelo y lo ineluctable, pero una vez entres sólo hallarás el juego del horror. No oirás con facilidad el sufrimiento de los judíos, no en los rostros metálicos que pavimentan el pasadizo. Alguien los moverá con el pie y no sabrá que con ese simple gesto se convierte en demonio. Será involuntario e inocente, pero el chillido del hierro le delatará y se le condenará en el acto. Enseguida será sospechoso del chirrido de los que murieron asfixiados en las cámaras de gas. Dicen que no es más que un ruido molesto, pero temes haber entrado sin saberlo en un negro registro, o que por error se te haya convocado ante la Historia.

Será un ruido molesto o una mala imitación del Juicio Final —ignoras cuándo te conviertes en cómplice. Una vez entres habrá quien te pida, de rodillas o amenazante, que contribuyas a la redención.

Los rostros te llaman para que los pises, para que se cumpla el designio y sean liberados. Una vez entres habrá quien quiera forzarte a que te pongas un traje moteado o una máscara, los testigos están muertos y sólo quedan los verdugos en potencia. El asesino siempre está enfrente. Es el que echa un vistazo al patio, o quizá el que lee la información sobre las ejecuciones en la hoja que tiene delante, o tal vez el poeta que juega con palabras quemadas, o a las que fustiga para que sufran de nuevo.

Te borras en el acto ante una información sobre Ruanda, Bosnia o Bagdad. Si no te pones el capuchón de torturador y haces que suene el sordo ruido metálico de las masacres que cayeron en el olvido, se te designará único sospechoso del complot que se saldó con una fecha negra y del que no quedan sino copias falsas.

Si ves los troncos de cemento suspendidos, no temas que se caigan, no serás tú el asesino. No te asustes si ves algo parecido a pelo humano salir de sus cabezas, sabrás que el grito que condena al mundo vive encerrado en sus profundidades.

Traducción de Luz Gómez García