30/5/10

El abrigo de Gógol

Vago con el abrigo de Gógol y no me canso de leer los puentes. Oigo al gélido fantasma de Europa correr a zancadas por el hielo. Es la áspera libertad y su frío de rigor. Así miras sintiéndote responsable los árboles fustigados ayer, en los zapatos los pies cada vez más pesados. Así piensas sintiéndote responsable en la basura que es marca del otoño. En el fango que es la historia de las nubes. No temas al fantasma que reclama tu abrigo. Suele estar congelado. Y tú deberías pensar que la muerte es un general alemán que ahora deposita su ojo azul en la mesa y se marcha cojeando. Es la áspera libertad.

Cosmoguía 2010, Córdoba, Ayuntamiento de Córdoba, 2010

Traducción de Luz Gómez García

22/5/10

El avión de Kiefer

No sabemos cómo el avión de Kiefer ha plegado las alas y ha llegado hasta aquí como un militar sin galones ni bigotes. Seguro que lo derribaron varias veces o fue blanco fácil de los cazas. Seguro que después de la guerra pidió limosna y varias veces se puso de cola o de cabeza para divertir a los niños. Hizo cosas arduas y tontas y le aplastaron la nariz, y se tumbó jadeante como un pelícano a la orilla de un lago o un burro sin albarda. Le ha crecido hierba en la chimenea y libros en las alas. ¿Sirvió también de cementerio o refugio? ¿No le habría valido más jubilarse al pie del muro de Berlín o permanecer en el bolsillo interior de la historia de Alemania?

Los generales cruzan bajo sus capotes los negros bosques lluviosos, las guerras están encerradas con sus lámparas de gas en los marcos, o las prensan los dientes de libros hoscos. Pero Beuys plantó cañones de piedra en las vías y se sentó a esperar que algo se metiera en el tubo compacto, que alguien bailara entre las piedras desnudas. Sólo gracias a las derrotas salvó su humanidad, y a un globo negro que se elevó del campo de batalla. Al final del incendio es posible escribir sin color, es posible que veamos escuetos clichés de ciudades que fueron pasto del fuego.

Kiefer construyó un muro enorme de libros y un avión viejo, y Beuys infló cañones y grandes troncos y los hizo volar por el cielo de Berlín.

Traducción de Luz Gómez García


16/5/10

Un billete

¿De qué me azoro ante la puerta de Brandeburgo? Pienso que debería tener un detalle con la Historia, que una herida en el pecho bastaría, pero no es cosa de enseñársela al conductor. De lo que debería avergonzarme es de haber subido al vagón y haberme sentado sintiéndome en falta, como si no tuviera billete. ¿Y si finjo que todo esto es incomprensible en mi lengua? ¿O me zafo del asunto palpándome el billete en el bolsillo y le entrego mi apuro al revisor?

Traducción de Luz Gómez García

8/5/10

Nunca he sido de los que sueñan con Al-Ándalus

En el siguiente artículo (en árabe), publicado en el diario As-Safir el pasado día 30, Abbas Beydoun hace un repaso de su reciente estancia en España para asistir al festival Cosmopoética (14-18 de abril) y dar una posterior lectura en Madrid. En él se asombra de lo mucho que le ha gustado Córdoba pese a no haber sentido nunca la menor atracción por el Al-Ándalus mítico; ironiza sobre la vejez saludable de algunos de sus colegas (Edoardo Sanguineti, Marcos Ana); charla con Jorge Gimeno y Fruela Fernández y vierte opiniones tan refrescantes como que la tradicional hospitalidad de los árabes la han heredado los españoles y la han perdido aquéllos.

1/5/10

«La vida está en otra parte»

Los cardiacos, en la Corniche Al-Manara, no vuelven mucho la cabeza, pasan deprisa con el abrigo abotonado hasta arriba, sin pararse con nadie. Es una señal de la herida borrada de sus pechos, de que el cuerpo que se la ha tragado no está tranquilo. Temer no temen que salga de sus vidas, es el secreto que aún yace en el centro, tal vez el sentido anodino de sus rondas vespertinas.

Los cardiacos que van de acá para allá por la Corniche no vuelven mucho la cabeza. Quieren que la gente aprecie el vigor de sus pies: alzan sus zapatillas deportivas y vencen a cada paso a sus corazones traicioneros y los pisotean. Llevan de acá para allá la herida que es signo de su victoria, llevan su vida y la vencen de acá para allá. Estiran la vejez y la enfermedad por segunda vez, conscientes de que la vida está «en otra parte». Tal vez esté beoda y sea impotente, tal vez sea una mazorca de maíz tostada o una palmera vieja. Van de acá para allá y la piedra que se agranda en la pierna cae de la pierna, y el destino al que dan un puntapié se cumple otro día.

Traducción de Luz Gómez García