Será un ruido molesto o una mala imitación del Juicio Final —ignoras cuándo te conviertes en cómplice. Una vez entres habrá quien te pida, de rodillas o amenazante, que contribuyas a la redención.
Los rostros te llaman para que los pises, para que se cumpla el designio y sean liberados. Una vez entres habrá quien quiera forzarte a que te pongas un traje moteado o una máscara, los testigos están muertos y sólo quedan los verdugos en potencia. El asesino siempre está enfrente. Es el que echa un vistazo al patio, o quizá el que lee la información sobre las ejecuciones en la hoja que tiene delante, o tal vez el poeta que juega con palabras quemadas, o a las que fustiga para que sufran de nuevo.
Te borras en el acto ante una información sobre Ruanda, Bosnia o Bagdad. Si no te pones el capuchón de torturador y haces que suene el sordo ruido metálico de las masacres que cayeron en el olvido, se te designará único sospechoso del complot que se saldó con una fecha negra y del que no quedan sino copias falsas.
Si ves los troncos de cemento suspendidos, no temas que se caigan, no serás tú el asesino. No te asustes si ves algo parecido a pelo humano salir de sus cabezas, sabrás que el grito que condena al mundo vive encerrado en sus profundidades.
Traducción de Luz Gómez García
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