No se sabe quién dio la orden de que hombres y mujeres se separaran y de que los hombres marchasen en fila tras cinco tanques.
El grupo era compacto, ni siquiera faltaban los que nunca asomaban de los refugios, y que ahora incluso se ponían a la cabeza, donde los trapos flameaban al viento. Avanzaban y en sus frentes despejadas brillaba el mar. Tal vez eran las ventanas desde las que no se ve dos veces el vacío.
Traducción de Luz Gómez García
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