4/12/10

Sin más

No poseemos muchas cosas. A veces, ponemos nombre a nuestros zapatos. Salimos temprano para encontrar sitio para nuestros viejos coches, a los que llamamos como a nuestras abuelas, los dejamos abiertos con la música de la radio bien alta y acampamos cerca. Nadie piensa en bajarla para que nos oigamos, no se nos ocurre tomarnos semejante molestia, aunque no tengamos nada mejor que hacer, igual que el chaval que se queda suspirando junta a la baranda y dice: «Este mar es mío, esta estrella es mía».

Muchas cosas no las poseemos y casi ni las nombramos. El mar está ante nosotros, es más grande de lo que nadie posee, y qué motivo hay para verlo si siempre está ahí. El tiempo no es nuestro, no es un pez que se pesca, lo mejor es fumar y arrojar lejos el humo, o que vaya libre como esta música que se oye en la Corniche o como esta gente que se encuentra sin más a nuestro alrededor, los homosexuales que van de la mano (pequeña parada), la velada y su amante (pequeña parada), la chica guapa y el tipo con el que regatea en el coche: los cardiacos y los deportistas. El resultado no es el deseo que se recuece en una lata sin abrir, sino la libertad que se disipa sin dejar una imagen, pues no se dice de balde: «Es mía», «Es mío».

Traducción de Luz Gómez García

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