22/5/10

El avión de Kiefer

No sabemos cómo el avión de Kiefer ha plegado las alas y ha llegado hasta aquí como un militar sin galones ni bigotes. Seguro que lo derribaron varias veces o fue blanco fácil de los cazas. Seguro que después de la guerra pidió limosna y varias veces se puso de cola o de cabeza para divertir a los niños. Hizo cosas arduas y tontas y le aplastaron la nariz, y se tumbó jadeante como un pelícano a la orilla de un lago o un burro sin albarda. Le ha crecido hierba en la chimenea y libros en las alas. ¿Sirvió también de cementerio o refugio? ¿No le habría valido más jubilarse al pie del muro de Berlín o permanecer en el bolsillo interior de la historia de Alemania?

Los generales cruzan bajo sus capotes los negros bosques lluviosos, las guerras están encerradas con sus lámparas de gas en los marcos, o las prensan los dientes de libros hoscos. Pero Beuys plantó cañones de piedra en las vías y se sentó a esperar que algo se metiera en el tubo compacto, que alguien bailara entre las piedras desnudas. Sólo gracias a las derrotas salvó su humanidad, y a un globo negro que se elevó del campo de batalla. Al final del incendio es posible escribir sin color, es posible que veamos escuetos clichés de ciudades que fueron pasto del fuego.

Kiefer construyó un muro enorme de libros y un avión viejo, y Beuys infló cañones y grandes troncos y los hizo volar por el cielo de Berlín.

Traducción de Luz Gómez García


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