24/2/11

Falsificación

Un recuerdo tiembla, babea, y le mojará la ropa si me quedo aquí parado lamentando su triste suerte. Es el alzhéimer de mi madre, que engulle todas las ramas de mi vida, y se le cae la saliva. Me esfuerzo en limpiarlas, pero en mi torpeza rompo la mayoría, y así satisfago mi afición a acumular cajas destrozadas.

Estuve a su cabecera en el hospital. Me fue entregando mi vida trozo a trozo, y cuando le quité la caca y los vómitos encontré las galletas que se había privado de comer por mí, y todas las cosas rojas con las que me había alimentado a la fuerza.

Encontré los extraños métodos de los que se servía para privarme de los ojos azules de mi padre y de su mentón cuadrado, que se convirtió para siempre en la acrópolis de mi vida.

Encontré una foto original mía sin las piernas cortas ni la boca grande. Siempre he pensado que me quedé así por un burdo truco, que alguna mala idea quiso que yo fuera su igual, alguna tortuga quiso que yo fuera su igual, o un miedo puesto boca abajo.

Se trataba de que me fuera dando de bruces y que una mala opinión me siguiera de por vida como un ratón. Tengo todos los síntomas de haber sido objeto de una tremenda falsificación, pero eso ya no importa. Salgo del cine con un espeso flequillo y no quepo en la calle, el amor se halla en abundancia aquí, y en la noche pienso como un hombre con el mentón cuadrado y los ojos azules.

Traducción de Luz Gomez García

8/2/11

La diferencia

X baila sobre dos patas de palo, sorprende que pueda hacerlo sin piernas, pero él cree que es cuestión de sensibilidad, que si tuvieran más tacto no verían la diferencia. Oye los golpes de su pie como si no fueran con él, la madera sólo habla de sí misma. No siente la ropa: su cuerpo tiene que enmudecer del todo o hacerse entero de palo —piensa que ésta es la diferencia que nadie ve.

Sorprende que no se caiga. Es un perfecto remedo de sí mismo, es casi el X de antaño, pero él cree que es cuestión de sensibilidad, que si tuvieran más tacto no verían la diferencia. Si tuvieran más tacto, no pensarían en él como en el mero arte de dos maderos, dedicado a entrenar un leño para que se sostenga como una pierna. No le tomarían por un leño que baila.

Si tuvieran más tacto, sabrían que al bailar mata su cuerpo y su espíritu: una herida que se seca y deja de gritar se convierte en madera, y permite que un hombre venda su suerte por un par de leños. Ésa es la diferencia que nadie ve.

Traducción de Luz Gómez García